INTERPRETACIONES
Nelson Romero Díaz
21 de febrero de 2016
Interpretación
es el sustantivo del verbo interpretar, al cual el Diccionario de la Lengua
Española en su versión digital le asigna ocho acepciones, siendo la tercera y
cuarta las más utilizadas. Tiene varios sinónimos entre ellos, lectura,
exégesis y comentario.
Entrando
en sintonía con la modernidad formularía varias preguntas con sus respectivas
respuestas que según el cristal con el cual se mire tendrá diversas lecturas.
Recuerdo a Marta Colomina en su etapa mediática en la planta Globovisión cuando
les preguntaba a sus entrevistados: “¿Qué lectura le da a tal o cual gesto tenido
por Perico de los Palotes con Chester, el asistente del Marshall Dillon?”
Comprendo
la reacción de cualquier lector avisando la caída de la cédula, pero no
importa; ellas están para eso, para caerse en un país sin memoria.
Formúlense
algunas interrogantes: ¿Alguien recuerda que durante el paro petrolero un
paisano le recomendara no hacer las colas para comprar gasolina? Seguramente,
la mayoría no. Otra consulta y luego, las “lecturas” de los hechos.
¿Alguien
recuerda que el sector privado de la economía proclamara a los cuatro vientos que la actividad privada
aporta al Estado más recursos que lo imaginado por muchos? Probablemente, no.
Con
referencia a la primera de las preguntas, recuerdo que en conversaciones con
amigos y conocidos, y tazas de café de por medio, lo comenté. Les manifesté la
inconveniencia de montar guardia, por largas horas, en las estaciones de
combustible. Hacerlo, insistí, era una señal para el régimen; era la plena disposición
del ciudadano común a hacer filas futuras para adquisición de comida, productos
farmacéuticos, medicinas y otros bienes de consumo. Más de uno me tildó de
loco, cuando le recordé la promesa de llevarnos a “turistear al mar de la
felicidad”. Fue en vano la advertencia.
Ha
pasado un tiempo precioso para el criollo; en un cuarto o un tercio de su
duración terrenal ha ido desmejorando diariamente su calidad de vida, de manera
imperceptible quizás y no pasa nada. Se acerca a veinte años el lapso de este
régimen, el del binomio Chávez – Maduro, y el venezolano ha ido haciendo como
la escena tantas veces narrada del sapo en la olla con el agua calentándose y
el pobre batracio escalando las paredes para no caer y quemarse, pero las
fuerzas les fallan. A los venezolanos les podrá ocurrir lo mismo: se
debilitarán y ¡zas!
Las
“lecturas” de los ciudadanos con respecto a la “política” del manejo de los
asuntos de la nación son diametralmente opuestas a la de los “operadores
políticos” sean gubernamentales o de oposición. Los gubernamentales actuales
tienen la convicción de que los recursos del Estado son objeto de repartición
entre los jerarcas y allegados, mientras el pueblo es esclavizado. Los de
oposición, en razón de sus cálculos evitan llamar algunas cosas por su nombre. Pensando
en el caudal de votos no les dicen a los pobladores que todo cuanto se vive es
consecuencia del mismo plan comenzado por Hugo Chávez.
Uno
llega a pensar que dada la poca importancia que tenía su vida para este,
Chávez, de tantas veces que lo dijo, si autogeneraría el mal que acabo con él
o, por el contrario, la maldición del cementerio por abrir lo que no se debía
acabó con él y hubo de cambiar al ejecutor del proyecto. No se distraigan: el
plan es el mismo, los actores son otros; es el mismo libreto de teatro con
otras caras.
El
Régimen del Socialismo del Siglo XXI ha sido exitoso en su plan de desmoronar
todo lo referido al Sistema Democrático. Promovió la huelga petrolera – Chávez
dixit – y realizó los cambios que le dio en gana en la Industria de la mano de
Rafael Ramírez Carreño quien ejerció la doble función de “Supervisor del
Estado” y Presidente de PDVSA hasta la postración actual.
El
venezolano común no comprendió, ni lo ha entendido aún, el objetivo “político”
del régimen el cual ha estado encubierto siempre por la idea de la igualdad
social. No interpretó correctamente el mensaje de “paz y amor” inicial como
tampoco los analistas políticos, los “expertos constitucionalistas” y los
“operadores del diario ocurrir”.
El
país necesita una voz que le hable. Puede ser una o un conjunto de ellas conocedoras
de lo que ocurre y pueda acontecer. La Política, con mayúsculas, como la vida
es similar a una partida de ajedrez; las piezas se mueven estratégicamente con
la finalidad de vencer al contrario. El régimen ha empleado la táctica de
atacar al Rey y a la Reina simultáneamente para capturar a esta y vencer a
aquel. Ella, la Reina, es la exaltación cívica de los pueblos y la venezolana
esta diluida en las colas mañaneras de los vehículos, en la de los “bachaqueros”
a las puertas de tiendas y supermercados, en la revisión de las noticias, en la
contabilidad del presupuesto familiar, en la cacería de la llegada de las
raciones de productos de consumo masivo a las casas comerciales. Pero el
gobierno afirma no tener la distribución de alimentos. Interprete esa voz ¿A quién
quiere señalar?
En
los años sesenta, los padres de muchos de los que hoy defienden al régimen,
incendiaron la calle como si tuvieran una patente de corso y los de muchos de
los militantes de oposición objetaban dicho comportamiento por considerar que
contradecía los objetivos o argumentos esgrimidos por aquella izquierda
política, entre los que se puede mencionar: la dependencia tecnológica,
extranjera, la explotación por parte de los estadounidenses, el dominio mundial
de estos. Han pasado cincuenta años y el discurso es “la misma consigna que a
diario escucha, hoy en día.
Finalmente,
una pregunta para cavilar larga, tendidamente y entre amigos, conocidos,
afectos y familiares ¿Qué pasaría hoy si la misma patente de corso con la que
aquellos incendiaban al país fuera propiedad de la oposición?
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