miércoles, 27 de enero de 2016

PUEBLO.  GENTILICIO.  MADURO.  CHÁVEZ

Nelson Romero Díaz

El título constituido por varias palabras no separadas por comas, le da al lector la posibilidad de pensar que el tema a tratar tiene una semejanza con un diccionario. No yerra porque el asunto a tratar en las siguientes líneas se parece en el examen de las palabras titulares, más la redacción no tiene la rigurosidad del catálogo.

Se sabe que “pueblo” identifica a una reunión de personas de un determinado territorio. Tómese esto para hermanar  a quienes conviven en esta región llamada Venezuela hace más de 400 años y bañada por el agua, sea de mar o lacustre, por uno de sus lados. En algún momento alguien tuvo la osadía, concibo que a manera de chiste, de denominarla venecuba por la veneración hacia Fidel Castro, el principal cabecilla de la revolución cubana.

Igualmente, se aprendió que “gentilicio” es el sustantivo con el cual se identifica a los nativos de las naciones, de las poblaciones, de los caseríos y hasta de las ubicaciones urbanas. Entonces, los venezolanos son de aquí de Venezuela, los estadounidenses lo son de allá, de los Estados Unidos y los noruegos son de más allá, de Noruega. Note cierta sorna en el texto y pregúntese cuál sería el gentilicio de aquellos nacidos a posteriori de la fecha del supuesto cambio de denominación. Comprendo que haya más de un lector fastidiado por la reiteración del caso, pero lo importante no es la reiteración del “lunar ideológico”, sino el juicio hecho, a quien o quienes en desgraciada hora propusieron semejante adefesio.

Maduro. Tiene varias acepciones y sinónimos. Como vocablo que expresan lo mismo se encuentran: adulto y desarrollado, además de sensato y juicioso; como sustantivo tiene seis acepciones según el DRAE. Pero en este artículo, el término inicial, Maduro, es el primero de los apellidos del ciudadano Presidente de la República. Un hombre que según la historia contemporánea inició su período productivo legal haciendo las veces de conductor de trenes y autobuses del Metro de Caracas y devenido en presidente “exprés”; si expresamente señalado por su antecesor para que el “pueblo venezolano” votase por él en caso de que fuera necesario sustituirlo, tal como ocurrió debido a su desenlace vital.
Maduro tiene cara de buen muchacho, pero su discurso no lo certifica. Este es claramente agresivo, lleno de clichés, de frases repetidas, de ideas ligadas a una ideología convertidora en incoherentes fácticos a las personas: dicen una cosa y actúan de otra manera, sobre todo en las referentes al dinero, al boato, a la vanidad.

Su misión es la de continuar la tarea iniciada por Chávez y esta no es otra que el intento de atracar en los muelles del mar de la felicidad cubano, promesa hecha por Hugo Rafael Chávez Frías a Fidel Castro Ruz en un acto en La Habana, del cual existe un vídeo que lo grabó para la historia.
Esta amenaza de arrimar la nave al muelle se materializa con el dictado del Decreto de Emergencia. Y una constante: cada vez que el Ejecutivo ha tenido un descalabro electoral el siguiente acto es el mismo: desconocer lo que “el pueblo” desea. El actual Presidente no quiere dar señales de cambio en la manera de conducir el país. Por sugerencias del “necesario mercadeo publicitario”, en su enfoque discursivo menciona la frase Economía Productiva siendo este un señuelo para captar incautos, y en el país los hay en cantidades industriales.

Todo cuanto acontece en el país va conformando un “iceberg” cuyas tres cuartas partas invisibles son de una magnitud comparable a la cumbre más alta del mundo, sino más abismal, y del cual creo que mucha gente no lo visualiza. No se trata como diría el fallecido presidente Luis Herrera Campins de ser “profeta del desastre”, sino que las consecuencias del desastre son indescriptibles, dramáticas, trágicas para un gentilicio que su momento lo tuvo todo.

Chávez. Vocablo que no aparece en el diccionario y la voz más parecida a esta es “chavea” que es muchacho rapazuelo. Llegó al poder de la mano del pueblo porque fueron los ciudadanos votantes quienes le dieron el voto catapulta. Contó con la “bendición de los grandes cacaos y de los medios de comunicación”. Logró obnubilar a grandes y chicos con su “promesa de mejorar las cosas”. Lo que el pueblo no contaba era con la astucia de alguien que no cejó en su empeño de apoderarse de los “cobritos” del país y lo logró. Tanto fue así que Chávez lo consideró su padre, si “padre en política”. Lo demás es historia.

El país vive las consecuencias de las decisiones y políticas dejadas por Chávez. Maduro lo único que ha hecho es inspirarse en el “Plan de la Patria”, en exaltar el legado de Chávez y en afirmar que heredó un desastre económico solo porque el barril no se cotiza a 100 USA $ sino a 25 y se debe hasta el modo de dormir.
Chávez no dormirá tranquilo ni en su fosa, ni en el cuartel de la montaña, ni donde quiera que vague porque tiene una sobrecarga de penas y culpas que saldarle a Bolívar, el Libertador y a varias generaciones incluyendo la mía.


26  de enero  de 2016

sábado, 16 de enero de 2016

LAS  IMPERTINENCIAS  DE  UN  LECTOR

Nelson Romero Díaz

Previo a la narración de un cuento que no es de vaqueros y como motivo de interés, trascribo las acepciones vistas en el DRAE acerca de la palabra Impertinencia, ellas son: dicho o hecho fuera de propósito; importunidad molesta y enfadosa; susceptibilidad excesiva nacida de un humor desazonado y displicente y, por último, la acepción caída en desuso: curiosidad, prolijidad, excesivo cuidado de algo.

Impertinente, a su vez, tiene tres acepciones, uno de los cuales no es aplicable a las personas. Los dos restantes son adjetivos calificativos. Siendo como es, sinónimo de otras palabras el diccionario editado por Espasa Calpe en el 97, trae seis sustantivos sustitutos, a saber: atrevido, descarado, grosero, impudente, indiscreto e insolente. En este artículo los he enlistados alfabéticamente aún cuando en la obra citada aparecen organizados según su proximidad al término. Igualmente, la referencia listada del computador es extensa y se inicia con “fastidioso”. Cualesquiera sea el sinónimo elegido de impertinente, el asunto de este y de las impertinencias es atrevido. Confieso: soy un impertinente por la minuciosidad en la realización de mis “averiguaciones”. Es algo así como un Sherlock Holmes

Estoy enrolado en una “asociación virtual de aficionados a la política” opinadores de lo humano y de lo divino llamados “colisteros”. Por cierto, esta es una palabra inexistente de la forma como está escrita, según el DLE. Originalmente, no sé cuando, se establecieron unas reglas o normas de convivencia a respetar, muchas veces ignoradas por los asociados secundarios entre los cuales me cuento, lo cual ha ameritado sanciones, algunas graves, otras minúsculas y las más leves son los llamados de atención a recoger las amarras de la verborrea para facilitar la armonía entre distintos.
Generalmente por olvidos involuntarios o porque “el fragor de la batalla por obtener del prójimo un comportamiento más transparente”, se violan las normas. La desatención a ellas no es un gusto por irrespetar. Obtener del interlocutor una respuesta que no deje lugar a dudas sobre el tema y él, es una tarea titánica porque hay quienes se cierran como las Cajas Principales de los Bancos Centrales de los países: se hermetizan.

Pero ¿por qué titular está composición con esta frase? Soy de los venezolanos convencidos que el país ha caído en un atraso causado no solamente por la absurda manera de administrar los recursos que no eran propios de quienes les tocó en suerte, desgraciadamente para los demás, llegar a las altas esferas del poder, sino también por cierto desinterés percibido en la gente por indagar más profusamente en aquellos asuntos que le rozan, cualesquiera fueran estos. Pareciera que en el ánimo del pueblo se instaló un gen: el del conformismo o el de la ignorancia, el de la simplicidad o el de la permanente fruición.
En el otro lado del orbe local están quienes como yo, y para decirlo en lenguaje coloquial, tenemos una actitud que es un sello de la educación formal de nuestros tiempos: un persistente interés en averiguar la razón de ser de las cosas, lo cual conduce a muchos a ser impertinentes, curiosos, averiguadores, fastidiosos, inoportunos. Total, como lo leí en el prólogo de una obra: “la vida casi nunca es predecible”.

¿Cuáles son las impertinencias propias e impropias? Identifíquese con el término “propias” a las continuas interrogantes de un lector perceptor de las “difusas” opiniones de otro leedor. Recuérdese el proceso de la comunicación: emisor, medio, receptor. Entre emisor y receptor se puede establecer un diálogo cerrado que puede desembocar en un silencio sepulcral de uno de los dos o de los dos.  En el peor de los eventos, se puede generar una “impertinencia” de parte de cualquiera. Puede resultar una descortesía, una desconsideración si se  mal trata al prójimo y entonces se convierte en “impropias”.

En la vida moderna, y por razones de economía de escala se realizan foros en auditorios que no siempre satisfacen a los asistentes por causas diversas. Por ejemplo: el temario no llena las expectativas aún cuando se hubiese publicitado, las deficiencias, o un mal día de los expositores, en relación con una materia específica. Otras veces el tiempo de preguntas y respuestas es insuficiente o, es a uno de los expositores que la asistencia le colma con sus preguntas.
Evidentemente, en estos eventos aparecerá un “Pepito Preguntón”, lo cual no es malo porque estos tienden a la búsqueda de su verdad necesaria. Para algunos expositores y otros presentes; ese personaje les fastidiará e, incluso, hasta le mandaran a callar sus ocasionales compañeros de aventura. ¿Se recuerda aquel: “Por qué no te callas”?

¿Y dónde está el lector impertinente al cual hace alusión el  título del artículo? Vive en cada uno de los interesados en satisfacer sus inquietudes; en cada asistente a un foro, pertinaz con sus interrogantes; en el perseverante registrador en libros y textos de las luces necesarias hasta encontrar la respuesta debida a un problema que le inquieta. Puede ocurrir, y ocurre a veces, que el esfuerzo se pierda bien por ser un tema inédito o por los intereses de ocasión, el egoísmo de algunos conocedores de la materia, o el ánimo creador de dependencias y sumisiones de otros
Finalmente, siempre, se debe aprovechar al máximo al conferencista, a los “sabihondos” y a los “cargamentos de libros publicados” porque QUIEN TIENE LA INFORMACIÓN TIENE EL PODER.


10 de enero de 2016