martes, 19 de abril de 2016

El texto que usted leerá después del título fue redactado en el último trimestre del año 2007.Se vuelve a publicar tal cual fue redactado, salvo la corrección debida por los errores encontrados, porque el opinador tiene la certeza de que el contenido no ha perdido vigencia luego de 102 meses de haber sido publicado por primera vez

¿TE  GUSTA  LA  MUERTE  EN VIDA?

Nelson Romero Díaz
Octubre de 2007

¿Te gusta la muerte en vida? Es una interrogante poco amigable y de un gran contenido siniestro. Está formulada para ser respondida individualmente, en familia, entre amigos, en grupos de ciudadanos, en los gremios profesionales y en cuanta comunidad exista.

Es un aviso para tomar en cuenta lo que acontece en el entorno inmediato.

Es un catalizador para organizar las acciones propias para evitar que una supra organización, el Estado por ejemplo, defina hasta el modo de caminar del ciudadano si aquella, por intermedio de sus ejecutivos, es incapaz de darle solución a lo mínimo. Lo mínimo es la creación y estimulación del crecimiento del individuo aprovechando su capacidad generadora de riqueza, bien sea material, intelectual o espiritual en lugar de establecer unidireccionales relaciones de dependencia. Lo contrario a la riqueza es la pobreza.

Pero ¿Que es la muerte en vida? Es, simple y llanamente, toda pérdida en el individuo, en un grupo, en la sociedad o en una nación de algo propio.

Para que sea comprensible el argumento vale el siguiente ejemplo: las ciudades, sobre todo las capitales de estados, crecen y la calidad de sus servicios decrecen si no hay un continuo hacer sobre ellos. Tómese el caso del tránsito vehicular: hay más unidades circulando y el mismo metraje vial, por lo tanto hay menos fluidez en calles y avenidas, disminución de la  eficiencia individual en las respectivas actividades y aumento de las enfermedades, principalmente, las referidas a la condición psicológica del individuo.

Otras situaciones similares son: el rendimiento negativo del dinero en época de inflación; la sumisión ciega a la voluntad de otro; las restricciones previas a la libertad de decir y pensar; la imposición de trabas para la libre circulación; el chantaje económico; las listas, en fin, todo aquello que menoscabe la libertad individual.
Desgraciadamente en Venezuela, y durante todos los períodos, se ha hecho costumbre acumular la irresolución de problemas y tal como salta a la vista, la arruga se estira pero la tela se deforma de tanto halar


El país, paulatinamente, ha entrado en una de las etapas increíbles del acontecer político. Increíble porque fue advertido con frecuencia y se citaron todas las fuentes; se expusieron todos los argumentos y estos fueron relacionados con hechos similares ocurridos con anterioridad y en otros confines; pero la gente no creyó. Dudó de que la muerte en vida, valga la contradicción, se hiciera presente. Dudó de quienes, con conocimiento de causa, demostraban que el país empezaba a navegar en el famoso “mar de la felicidad”. Dudó de la certeza conceptual de aquellos que conociendo la militancia ideológica del principal actor de esta tartufada de una década de continuo deshacer, predicaran lo que predicaron. Hicieron caso omiso de todo cuanto se dijo.

Hoy, están a punto de derramar lágrimas de sangre si llegan a sentir lo que nadie quiere sentir: el martirio de la voz de la conciencia.

Toda pérdida continua da lugar a pobreza.

Ahora bien, La pobreza material es una de las muertes en vida, coarta la adquisición de necesidades básicas como el agua; la compra de medicamentos y rubros alimenticios; la sustitución de enseres; el disfrute vacacional. La pobreza intelectual no sabe diferenciar entre una buena razón y una buena manipulación; entre el libre albedrío y la obligada timidez; entre el orgullo y la mendicación; entre la autonomía y la dependencia. La pobreza espiritual conduce a adorar seres inferiores; a fetiches; a tipos como el “Che” Guevara, Fidel Castro, Mao Tse Tung y no a seres superiores como Dios, el único, verdaderamente, omnímodo, omnipotente y omnipresente.

Simón Bolívar lo dijo: “Un pueblo ignorante, es instrumento ciego de su propia destrucción”. Y la ignorancia, lamentablemente, campea.

Insisto en la pregunta: ¿Te gusta la muerte en vida?

Nelson Romero Díaz

Octubre de 2007