LA IDIOTEZ
DEL SIGLO XXI
Estese
claro, en la actividad política al igual que en cualquier otra de diario
ejercicio, sus operadores o actores se constituyen, tácitamente, en una
cofradía. Ello lleva a la formación o, al fortalecimiento de vínculos en razón
de la secuencial convivencia, aún cuando entre los miembros se desaten los
odios más acentuados; sobre todo cuando los orígenes de clase social son tan
diferentes y el resentimiento mana como agua de manantial.
Finaliza
el año 2015 y es conveniente precisar algunas cuentas temporales. Generaré seis
rangos etarios y ellos son: los cumplidos entre 61 y 70 años; entre 51 y 60;
entre 41 y 50; de 31 a 40; de 21 a 30; menores de 20. Estos son los que en el
’98 eran, respectivamente, personas entre 44 y 53, 34 y 43, 24 y 33, 14 y 23, 4
y 13 y los menores de 3 años.
En
el primer rango, entre 61 y 70 años, se encuentran quienes vivieron una etapa
transitiva entre dictadura y democracia. En el segundo y el tercero, quienes
solo conocieron la imperfecta manera democrática de hacer las cosas y en los
dos últimos, la cosecha política de este régimen.
Es
a estos a quienes Chávez enfocó sus baterías de bombardeo ideológico al igual
que lo hizo Fidel Castro en Cuba en su tiempo, después de los fusilamientos
iniciales de la Revolución.
A
la mayoría de los miembros de los dos primeros grupos etarios, les cuesta creer
que las vivencias actuales sean producto de un plan premeditado. Y les resulta
harto difícil de comprender porque su “estructura mental de lógica política fue
adiestrada en un ambiente liberal” y esto es incompatible con la etapa de
gobierno actual del país. Por el contrario, quienes si lo creen tienen las
“aptitudes para percibirlo y la formación intelectual para manejar esa
situación”. Aquello de “ponerse en los zapatos del otro” les funcionó siempre a
estos.
Por
ello, no estoy sorprendido del sitio donde Fidel Castro sugirió, y Chávez
obedeció, llevar a Venezuela; este no era otro que “el mar de la felicidad
cubano”, mediante juramento incluido en LA Habana. Esto fue grabado y mostrado
en un video, en el cual nadie creyó o, como de costumbre, hubo desentendimiento.
El primero se rodeó de un aura de “salvador de la especie humana” que el otro
“compró sin regatear”.
Independientemente
del expresado modo de interpretar los hechos, estos años, desde 1994 hasta
2015, son el marco de referencia cronológico del proyecto “Socialismo del Siglo
XXI” impulsado por la rebatiña de ideas influyentes en la conducta de Chávez.
Para
los “comunistas del siglo XXI”, así respondió Fidel Castro ante la pregunta de
que era el “socialismo del siglo XXI”, el intento de convertir a Venezuela en
otra isla del mar de la felicidad cubano fue un absoluto y rotundo fracaso. La
demostración más evidente es la contundente derrota sufrida en las elecciones
parlamentarias y ante la cual han reaccionado con notable iracundia.
Evidentemente,
demuestran que sus decires y eslóganes acerca de la “soberanía popular” son
pura mentira y pretenden ser unos Jalisco cualesquiera. Con prescindencia de
esas reacciones humanas, a la vista del “soberano popular” todo lo acontecido
se expresa en una sola frase: “la trampa sale”.
Debo
finalizar este trabajo titulado: “IDIOTEZ DEL SIGLO XXI” en el cual se analizan
las reacciones observadas en estos “comunistas de libros de bolsillo” desde la
óptica del apostador en el casino. Imagínelo por un momento en una mesa de
juego de naipes en la cual el “croupier” establece cierto grado de simpatía con
el apostador y en la medida de sus posibilidades le va favoreciendo. La
cantidad de fichas ganadas crece en ambos sentido, horizontal y vertical, como resultado
de sus apuestas hasta tal punto que “abrazar” el fichero es difícil.
El
repartidor de cartas está confiado; el apostador lo premia con algunos réditos
de sus múltiples beneficios. Entre tanto, los dueños del casino supervisan por
los circuitos internos y leen los reportes vía “what’s app” de sus sabuesos.
Todos
lo que han jugado saben que la ley de las probabilidades les puede favorecer,
pero no el ciento por ciento de las veces y tal como se dice callejeramente,
“uno nunca sabe cuando el pez bebe agua”. El apostador idiotizado por sus
fabulosas ganancias sufre un descalabro, pero no le importa y reacciona auto
convenciéndose: “se perdió una batalla, pero no la guerra”. Sin embargo, acusa
el golpe y aumenta el tenor de sus apuestas.
No
pasará mucho tiempo sin que el tahúr siga experimentado derrotas consecutivas y
la merma de sus fichas. Hasta ese momento no ha cambiado ni fichas por dinero,
beneficios del capital de trabajo por intereses acumulados, y en un tris, se
lanza a una apuesta donde pierde hasta la manera de caminar.
He
redactado lo suficientemente detallado la escena del apostador con los
consabidos errores de referencia ya que no asisto a los casinos ni por
curiosidad. Creo que ello explica, en cierto modo, lo sucedido a dos
presidentes venezolanos, a cual más desdichado uno del otro. Los inmensos
recursos generados por eventos fortuitos, crearon la idea de una riqueza
inconmensurable. Amparado en su idiota convicción de que la suerte es infinita,
no limitaron la “borrachera” de la repartición de lo ganado cual “ludópata”, en
lugar de administrarlo con criterio de escasez y no, con escasez de criterio.
Hoy,
como ayer, sus herederos tienen un “sentimiento de culpa” que los muestra como
unos individuos irrespetuosos, procaces, creyentes de que tienen agarrado a
DIOS por las barbas, de que la gente debe rendirle pleitesía, y seguros de que
su ausencia será un descalabro para la humanidad. Pero la idiotez también tiene
su reloj despertador.
Moraleja:
el “felino” que vive en el elector te cazó “echado de barriga”, como decía mi
abuelo.
Nelson
Romero Díaz
18
de diciembre de 2015
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